jueves, 15 de abril de 2010




Alvaro Santi






ONÍRICO
Las metáforas de mi vida
























NACIMIENTO



Amo las metáforas. Me encanta despertar en las mañanas con el fresco recuerdo de un sueño cargado de símbolos. Durante el día, cuando vivo un acontecimiento que me llama la atención, me gusta detenerme a contemplarlo como si se tratara de un poema. Si mi cuerpo se enferma, creo que algo profundo en mí se está mencionando. Me agrada creer que la vida se me presenta como el acertijo de las cartas del Tarot. Me resulta altamente útil sentirme el guionista de mi vida con un gran libro en blanco frente a mí, un libro ávido de historias. Pero, ¿qué hacer con la inmensa biblioteca construida con todos los credos, las normas, las prohibiciones, los mitos, los resentimientos, los secretos, las vergüenzas y todas las experiencias de mis antepasados? ¿Cómo saber si el que escribe soy yo o si solo obedezco a un dictado? He ahí uno de los más fundamentales acertijos que he tenido que resolver. No ha sido fácil.
Nací para el día del padre, el diecinueve de Junio de 1976, en Chile. Él se encontraba esquiando en Santiago mientras yo me preparaba para aterrizar en la ciudad de Osorno. Una fuerza caótica de algo no resuelto brotó desde el inconsciente de mi madre y logró enrollar el cordón umbilical en mi cuello. El poder de unas frías y fuertes pinzas metálicas me salvaron de morir asfixiado. Fui presentado a los demás como un ahorcado, con el rostro violeta y una herida en la frente. Esta herida, pesar de ser superficial, no dejó de impactar a Enrique, mi padre. Sin embargo había otra herida que sí era importante. Con los días se descubrió que la piel de mi madre rechazaba los puntos que intentaban cerrar el corte de la cesárea. Paralelo a esto, un cuadro de anemia transformó su leche en agua y fui privado de ese importante alimento. Francisco Elías, mi abuelo materno, una de las personas más insólitas que he conocido, amenazó a Enrique con meterle unos balazos si a su hija le ocurría algo. Esto provocó el divorcio de mi padre con sus suegros y una insoportable pena en mí.
Durante mi niñez escuché a dos hombres referirse mal uno del otro. Enrique, que tardó años en perdonar la amenaza de su suegro, observó mi crecimiento temiendo que se despertaran en mi los genes de Francisco Elías. "¡Serás un flojo como tu abuelo!" "¡Interésate por las cosas! ¡Vas a terminar como él que dejó de trabajar joven y nunca más hizo nada!" Por otra parte Francisco Elías se lamentaba frente a mí de no haber concretado la amenaza. "Yo debería haber matado a tu padre y hace rato que en la cárcel ya no estaría". Crecí con el arquetipo masculino anulado.
De tanto oír a Francisco Elías quejarse fue apareciendo en mi mano un arma que apuntaba directamente a Enrique. Una aversión hacia mi progenitor nacía incrementándose con el tiempo. Más tarde, después de haber dejado la casa de mis padres, una horrible angustia se apoderó de mí. Me preocupaba el sentirme rechazado y anulado por los demás. Hacía enormes esfuerzos para obtener un mínimo de beneplácito.
Dije ya, al inicio de este relato, que amo las metáforas y fue esa uno de las razones que me condujeron hacia el trabajo de Alejandro Jodorowsky con gran interés. Él sostiene que el lenguaje del inconsciente es metafórico por lo que se expresa a través de símbolos. Esto significa que si uno aprende a comunicarse en su idioma puede llegar a modificar una experiencia. La mente inconsciente obedece los símbolos que recibe y los traduce en lo que nosotros conocemos como "la realidad". Yo tenía que ser capaz de aplicar este principio en mi vida.
Mi encuentro con una alumna directa de Jodorowsky fue fundamental. Ella escuchó atentamente la historia de mi nacimiento y la asoció con el malestar que yo venía sintiendo durante tantos años. Me observó durante un instante y luego me dijo: "Estás poseído por un hombre que amenazó con matar a tu padre y que nunca lo hizo. Hay un asesino dentro de ti. ¡Debes asumirlo cometiendo el crimen!”. No oculté una malévola sonrisa, ¡por fin alguien me autorizaba a realizar lo que desde adolescente había deseado! Ella elaboró un curioso acto para mí. "Deberás construir un muñeco de greda de gran tamaño que represente a tu padre. Con una fotografía de tu abuelo pegada en tu espalda y un arma de juguete en tu mano te ubicarás frente al muñeco de barro y le dispararás sacando, de esa forma, toda tu rabia acumulada. Acto seguido, alguien tiene que arrancar el retrato de tu espalda a modo de un exorcismo. Después enterrarás los trozos de greda y el retrato en tierra fértil colocando sobre eso una planta. En otra oportunidad irás a la tumba de tu abuelo. Dejarás allí el arma diciéndole: 'Abuelo, ya maté a mi padre. Toma, te devuelvo tu crimen. Ahora soy libre'. Para cerrar el acto tienes que visitar a tu padre y confrontarlo. Léele una carta que describa tus quejas hacia él y pídele que repare el daño cometido con un pago simbólico. Para ello elige una gran suma de dinero superior al millón de pesos. Tu padre agregará ceros a un billete real y con el realizará un masaje por todo tu cuerpo. ¡Te sentirás valorado por primera vez!"
Aunque parezca increíble la parte de uno que padece un mal se resiste a sanar. El ego se identifica de tal manera con una forma que evita soltarla. Tardé un año en realizar este acto. Busqué un arma de juguete que fuera capaz de destruir una escultura de greda sin tener éxito. La angustia amenazaba con aniquilarme. Resolví el asunto reemplazando el revólver por una manopla que encontré en un local de artículos para punkis. De ahí en adelante todo fluyó. Realicé el acto tal como me lo habían indicado. Mi padre rompió en llanto y me pidió perdón. Descansé satisfecho.
Los tres meses que siguieron fueron increíbles. Sentía que podía realizar cualquier cosa. Si un obstáculo se presentaba frente a mi yo lo superaba con facilidad. Si iba a una discoteca podía seducir a quién quisiera. Si me enfrentaba a una autoridad no me insegurizaba. Había desatado un nudo del "ahorcado".