viernes, 7 de mayo de 2010

"EL HERMANITO"

Después de un buen tiempo gozando los privilegios de haber sido el único niño en mi casa y un tanto cansado de hablar con seres imaginarios surgió en mí el anhelo de crear un humano. No bastaba con un humano que poseyera el talento de entretener. Tampoco bastaba con uno que contara con una infinita paciencia. Había una importante característica que debía presentar claramente. Tenía que ser hombre.

Su nombre sería el del título del primer libro que tuve en el colegio: "Pin Pin Serafín". Recuerdo que una noche me acosté, cerré los ojos apretándolos como tontamente lo hace la gente cuando se les pide que se concentren en algo y pensé en un punto. El punto original, el inicio de todo lo que será, el germen de la existencia.

Esa noche realicé una de las primeras composiciones mágicas de mi vida: "Uno, dos, tres, el pedido ya se fue. Pin Pin Serafín, serás por fin". Creo que en ese instante algo en un lugar del universo se alteró emitiendo un vigoroso estruendo musical. Tras mi deseo un gran argumento marcaba una dirección. No era difícil imaginar que unas fuerzas arquitectónicas se organizaban para unir sangre, huesos, órganos. Una extensa lámina de piel envasaría todo.

Pasaron algunas semanas y una sorpresiva hinchazón en la barriga de mi madre anunció la llegada del nuevo integrante. A partir de ese momento cada cosa se proyectaba tomando en cuenta el nuevo elemento. Fue muy desalentador ver como todos se repartían mi creación, pero aun peor me sentí cuando alguien me aseguró que yo no tendría un hermanito, sino una hermanita. Algo había salido mal. El nombre Serafín fue reemplazado por un nombre femenino en boga. Cuando el cuerpo de mi madre comenzó a exhibir un aspecto alarmante la llevamos a una clínica para extraerle mi deseo. Después de algunas horas de espera la criatura estaba lista para ser exhibida ante su familia en una vitrina, junto a otras guaguas, tal como los animalitos en las tiendas de mascotas. La cabeza de mi hermanita era lo más parecido los retratos descriptivos que hacen los contactados con extraterrestres. Carolina Andrea ya se encontraba entre nosotros y no venía precisamente en son de paz.

Al principio el amor flotaba en el ambiente. La casa abrió sus puertas para recibir a los que quisieran saludar a Carolina y entregarle regalos como si de un Mesías se tratara. Chupetes, baberos, piluchos, zapatitos, colgantes musicales para la cuna y un par de monitos de goma para chupar fueron algunas de las chucherías que recibió. Evidentemente ella era el nuevo acontecimiento lo cual significaba que yo perdía protagonismo día a día. Ya no era el niño que todos querían ver recitar poesías o imitar a algún cantante con un mortero en la mano en lugar de micrófono. Ahora, el escenario, los focos, las cámaras y el público estarían allí solo para ella. Pero yo podría seguir con mi actuación, si lograba transformar a mi hermana en mi vehículo.

Desde niño, tal vez como una forma de evadir la realidad, me han apasionado las películas. Especialmente las de terror. Disfrutaba viendo obsesivamente, una y otra vez El Exorcista, Poltergeist, La Profecía o El Bebé de Rosemary. Soñaba que entraba en ellas y realizaba exorcismos o enfrentaba fenómenos paranormales. Por las noches, una vez finalizada la programación televisiva de algún canal, apagaba las luces, me arrodillaba frente al televisor, colocaba mis manos sobre la pantalla y esperaba que una mano ectoplásmica surgiera de pronto para conducirme a otra dimensión. Y, aunque nunca ocurrió así, mi imaginación siempre tuvo el talento para envolverme en una historia semejante. Por otra parte, a esa edad tenía mi futuro resuelto. Cuando grande sería director de cine. Trabajaría en la industria del séptimo arte creando un horror que triturara los huesos. Pero, como no había tiempo que perder y los talentos es mejor desarrollarlos mientras uno es aun un niño, tomé a mi hermana y me inicié en la dirección. Ella pensaba que se trataba de un juego divertido hasta que se dio cuenta de que su hermano abusaba de ella presionándola diariamente para que realizara sus viciosas ideas. A veces, tenía que hacer de poseída, amarrada a una cama que, violentamente se mecía de un lado a otro porque una de sus patas se encontraba sobre una torre de libros. En otras ocasiones se trataba de arrancar por los pasillos de la casa evitando ser alcanzada por la lustrosa hoja de un cuchillo. Un día, aburrido de esos juegos, le propuse otra cosa: "¡Matemos a tus muñecas!". Juntamos a todas las Barbies y las ejecutamos colgándolas del cuello en mi dormitorio. Allí permanecieron tres días a la vista de algunos familiares curiosos que observaban sin comprender nada. Después, las colocamos dentro de una cajita de cartón pintada de negro para luego, previo ritual mortuorio, enterrarlas en el jardín de la casa. Una crucecita de madera indicaba de forma exacta la última morada de cada una de ellas. ¡Había transformado mi jardín en un cementerio! Cada vez que mi padre abría la tierra para colocar allí alguna planta, brotaba el cadáver de una muñeca al más estilo Poltergeist.